lunes, 22 de marzo de 2010

Charcos


la lluvia hace un charco
el charco refleja la luz
la luz que son peces
que se unen y se desunen
el auto pisa el charco
los peces mueren bajo la rueda
la lluvia sigue cayendo
vuelve a llenar el charco
vuelven los pececitos a vivir
pues el auto no mata la luz
que les da la vida.
yo espero que se acabe tu pucho
mirando los peces de luz
en el agua del charco

jueves, 4 de marzo de 2010

Sandra


-Yo no tengo que rendirte cuentas desgraciado- me dijo Paola con vos de hija de puta. Revoleó el culo divino ese que tantas veces había acariciado y se fué, como siempre. Me quede ahí, sentado cómo un banana en la placita de asfalto que está enfrente de sociales, con menos de un cuarto de vino en la caja, sólo, craneando con el último residuo del porro en mi cerebro y humor, desencajado, mirando cómo se alejaba ese culo de calza roja, lejos, perdiéndose quizás en algún bondi podrido que se tomaría en 18.
Me di cuenta que odiaba esa plaza, que ni siquiera podía llamarse plaza pues no tenía ni una misera plantita, que el banco era sumamente incomodo, que los autos me atomizaban pues venían de todos lados, que odiaba las consignas de mierda que siempre grafiteaban o pintaban seguramente estudiantes del centro de sociales o de alguna organización con fines altruistas y de cambio social. ¿De que me servía el cambio social y los peludos si ahora me quedaba sin Paola?. -"Yo no tengo cuentas que ñiñiñi". Yo no le pedía cuentas, yo sólo quería saber quien era el peludo ese compañero de ella de teatro. Porque yo no le había pedido ir a esa fiesta de intelectuales bohemios re locos, con esa banda de mierda que no hacia nada ni siquiera ruido, ni siquiera sonic youth, eso si era ruido, y esos bananas de bellas artes, siempre con la misma mirada de cansancio cósmico. Y claro nadie se miraba y todos se querían tocar, lo más seguro que más tarde se tocarían o algo, pero yo ya no iba a estar porque el peludo me atomizo hablándome de Nietzsche y porquerías, el quería saber quien era yo, yo no quería saber quien era él o que hacía de sus patéticos minutos, con su sarcasmo de "te gano la mina gil pendejo borracho". Y si, tenía razón, yo me había puesto borracho de más con ese litro de grapa que me mandé casi yo sólo, pero ella estuvo hablando 40 minutos reloj con el peludo y sonriendo, mientras yo me deslizaba por la pared plagada de afiches del EZLN mapuches y demás, y le miraba el culo a Sandra que justo esa noche estaba tan linda. Pero Sandra me odiaba, porque ella hacia bellas artes y estaba cómo en cuarto, y le vivía diciendo a Paola que me dejara, que yo era un pendejo borracho, y hablaba maravillas del peludo maravilla, el actor y pseudomúsico de jazz experimental. Sandra estaba devuelta y venía en un tanque dispuesta a arrasar con cualquiera que se le pusiera adelante, se pretendía genial y creativa ( a mi los muñecos deformes que hacía con cartón y no se qué no me parecían la gran cosa) odiaba a mis amigos, en especial a Martin, hablaba pestes de Martín, la verdad era qué habían cogido sin forro y Martín no quizo encarar a comprar las pastillas ni verla nunca más, 80 pesos. La mina en una noche se había obsesionado con el enfermo de Martín, se había cogido al pelotudo de Martín y en menos de un día ya lo estaba odiando. -A un borracho no le podés pedir mucho y menos si tiene 22- le dije. Era obvio que tendría que haber omitido expedirme sobre la cuestión, ya que Martín era mi amigo, ( ella dice que yo se lo presenté cuando en realidad el estaba tomando vino conmigo en la plaza y ella calló con Paola, después se chuponearon cómo a las dos horas se fueron y puff¡ nunca entendí la presentación, pero bue) y se había borrado. La ecuación era sumamente desfavorable, marche a la bolsa con el imbécil de mi amigo, pero de alguna forma, prefiero eso a la mentira de la sonrisa falsa de Sandra. En realidad nunca nos habíamos bancado mucho, el desprecio era mutuo, yo podía oler de donde venía y hacia donde iba esa hipi conchetita, ella sabía lo que opinaba yo de las artes y sus gentes, y yo, lo que ella de los pendejos borrachos.
Eran las once y media de la noche, de seguro Martin estaba frente a la pantalla de su tele y tenía 30 pesos. Vacié la caja y lo llamé.